Diferentes formas de viajar

El avance de las comunicaciones, en el siglo XX, está considerado como uno de los emblemas del progreso de la Humanidad. De ser ello cierto, soy un reaccionario de tomo y lomo, pues -a la vista del rumbo tomado, y el factor del rumbo, que no de la esencia, es muy importante- veo que los inconvenientes superan a las ventajas. Y hablo del doble concepto de comunicación: comunicación de informaciones -medios de comunicación- y comunicación -medios de transporte- entre territorios. Viajar. 

A viajar me voy a referir, uno de mis temas favoritos. Viajar, y viajar, y viajar, es una de las más tontas supersticiones, impulsos e iluminaciones del siglo XX. Detrás de una supuesta filosofía del conocimiento -conocer otros lugares, otras mentalidades, otras culturas, dicen los que no se conocen a sí mismo ni conocen lo suyo inmediato- lo que se oculta es un negocio para incautos. Un negocio del ocio banal, que moviliza a cientos de millones de personas en pos de una experiencia superficial, fotográfica, cotilla, de un hedonismo ligero, justo cuando los otros medios de comunicación -prensa y televisión- nos han puesto el mundo al alcance de ese mentado conocimiento. 

Los viajeros de antes del siglo XX eran pioneros, buscadores, indagadores audaces de otras formas de vida y de cultura.

Un respeto. Pero esta pulsión viajera -y ociosa- impulsada por el negocio del desplazamiento -agencias, hoteles, compañías aéreas- es una ridiculez que lleva a la gente a sufrir penalidades sin cuento, matarse, morirse, dar guerra y dar la brasa -contar tonterías al regreso- en todos los confines del mundo, contra toda prudencia y sensatez, cuando ya no hace ninguna falta ir ahí para verlo, cuando te han dicho mil veces que no vayas a tal país en temporadas de tifones, o a tal otro donde te vas a cagar por la pata, o a tal otro donde te van secuestrar o pegar un tiro, o…

Viajar es una forma de vivir plena para quienes tienen conocimiento, y cuatro dedos de frente, y buscan algo muy concreto en relación a sus reales intereses culturales, familiares y profesionales. Que viajen, pues le sacarán provecho. Para los demás, la mayoría, es un modo de alejarse de su inmediata realidad -que no conocen- para mariposear por ahí y dar trabajo a las embajadas. ¿Qué coño hace un español que no tiene ni zorra idea de nuestro arte románico haciendo fotos de templos budistas en el quinto pino de Asia? ¿Y qué playa del Caribe o del Pacífico se le ha perdido a un empleado español que no ha gozado a fondo del Atlántico, el Cantábrico o del Mediterráneo? 

El capitán de marras del crucero siniestrado será un golfo o un irresponsable -o todo, o nada, ya se verá-, ¿pero qué diablos hacen, con la famosa crisis, miles de turistas moviendo el esqueleto en la sala de baile del trasatlántico? La gente, es que no rige. Es que se traga todos los caramelos que le proponen. Se los traga, se atraganta, y luego hay que ir en su socorro, como es normal, pues lo que no es normal es que un avión vuele siempre sin caerse o que un barco flote con tanta gente haciendo el indio dentro.

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