Y Alá dio su bendición a la expo

Desde que Fernando III El Santo conquistó Sevilla, no se había oído en la ciudad el canto del muecín. Ahora, el dichoso 92 ha conseguido el milagro. En el Monasterio de San Jerónimo, a un tiro de piedra de la isla de La Cartuja, Alá echó ayer su bendición sobre la Exposición Universal con ayuda de la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía, el Ayuntamiento de Sevilla y la Asociación «Vía Libre».

Actuó de intermediario Sidi Mohamed Chakor, presidente de la comunidad musulmana de España, y fue oficiante de la ceremonia religiosa Liman Allá, cura, o imán, de la mezquita de Marbella, también llamado «la pesadilla de los tenistas» por la frecuencia con que sus oraciones interrumpen los saques de los jugadores del club de tenis Puente Romano. Dice Juan Teba que estos días se masca la lujuria. Yo creo que, afortunadamente, la lujuria, en Sevilla, se viene mascando desde hace muchos años. Qué digo años. Siglos.

De eso podría hablar bastante el señor Liman, cuyos abuelos y bisabuelos nos enseñaron largamente los trucos del hedonismo y el placer. Lujuria era, ayer por la mañana, escuchar el eco de las melismas lánguidas, arrastradas, decadentes, el sonido gutural de esa morería que entronca directamente con el cante flamenco. El Monasterio de San Jerónimo era pues un pedazo de historia contemplada desde la oración. Las banderas blanquiverdes, colgando bajo los arcos del claustro destapado, acariciaban voluptuosamente las palabras. Los muros despedían un frescor intenso, gratificante, pero en el centro del patio, achicharrándose a pleno sol, los hombres se plegaban a la voluntad de Alá con los pies descalzos y la sumisión a flor de piel y de ánimo. El muecín se había subido al minarete, convertido hoy en un campanario normal y corriente, para lanzar su proclama a los cuatro vientos. 

Aprovechando la ocasión, el curaimán se había traído de Marbella unos cuantos folletos para catequizar a los gentiles de este lado del Guadalquivir. Y se puso manos a la obra. Así, Liman Allá recuerda que el Corán no hace ninguna discriminación en base al sexo de los individuos y que además enumera explícitamente los derechos de la mujer y los deberes del hombre hacia la mujer. Por su parte, la Jihad -o lucha en el sendero de Dios- es una dura realidad de la vida que no desaparecerá hasta que no desaparezcan de este mundo la injusticia, la opresión y las ambiciones. A la misma hora, en el meollo de La Cartuja, Alá daba el visto bueno para que el restaurante marroquí se pusiera las botas sirviendo manjares exquisitos, y en el pabellón de Arabia Saudí los danzantes bailaban su particular parrala ante los embobados turistas.

Alá lo ve todo. Lo que ayer no vio Alá, quizás porque no quiso verlo, fue el alboroto que organizaron las top-models del mundo en su paso por la Expo. Con unas piernas kilométricas y deliciosamente pecaminosas, Naomi Campbell, Linda Evangelista, Claudia Schiffer y Cindy Crawford sólo aceptaron la bendición del pueblo de Sevilla, que para estas cosas se las pinta sólo. La feliz idea de traer a estas muchachas como musas del futurismo y la modernidad fue de la RAI y del pabellón de Italia, que así se quitaba la espina de Gina Lollobrigida, cuya belleza esférica se ha quedado en pecado preconciliar. Las nuevas mujeres de la pasarela lucen una estética como los puentes de la Expo: lineal, atrevida, punzante. Son los suyos unos cuerpos hechos a la medida del siglo XXI, cuerpos insaciables de lujuria y desmesura. Que Alá las coja confesadas.

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