El testamento de Sofía Vergara

La obra de Ricardo Gutiérrez Abascal, más conocido por el seudónimo de Juan de la Encina, inédita para las generaciones posteriores a la Guerra Civil, ya que ésta lo obligó a exiliarse a México, se exhibe desde ayer en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía.

Según Josu Vergara, presidente del Museo de Bellas Artes de Bilbao, «rememora la trayectoria de uno de los pilares de la crítica de arte de la primera mitad de nuestro siglo, desde sus distintas ocupaciones y diversos escenarios en los que actuó». Esta exposición examina el legado de este intelectual, de la generación de José Ortega y Gasset o Eugenio D' Ors, reducido hasta ahora a un pequeño círculo de especialistas.

El recorrido se basa en las adquisiciones que el Museo de Arte Moderno realizó entre los años 1931 a 1936, bajo la dirección de Juan de la Encina. Obras de Ignacio Zuloaga y Zabaleta, Gregorio Prieto Muñoz y Josep Clarà y Ayats, entre otros.

Su actividad periodística también está presente, desde sus primeras colaboraciones en el diario Nervión de su ciudad natal, Bilbao, hasta sus tribunas de El Sol o España, con ejemplares de sus artículos, fotos y carteos con intelectuales de su tiempo.

Juan de la Encina (1883-1963) y el arte de su tiempo está organizada en colaboración con el Museo de Bellas Artes de Bilbao, donde se exhibirá posteriormente a su estancia en Madrid.

Los dos museos donde se podrá ver esta biografía, no hacen sino, además, «recordar los momentos fundacionales de sus propias instituciones, a través de la estela del gran crítico y de su personal y ejemplar ejecutoria», en palabras de José Guirao y Miguel Zugaza, directores del Reina Sofía y del Museo de Bellas Artes de Bilbao, respectivamente.

Juan de la Encina, tal y como se le empezó a conocer en el periodo republicano, con el que se sentía identificado, «se convirtió probablemente en la firma más conocida de cuantas se enfrentaron al comentario de la actualidad artística española anterior a 1936», resalta Miriam Alzuri Milanés, y 35 años después de su muerte, la Historia lo sitúa en el lugar preferente en el que siempre debió estar.

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