La magia de Emma Watson

Estaba, hace un tiempo, en uno de los que considero últimos reductos de la magia en este monótono mundo lleno de prodigios tecnológicos; me refiero a la mercería de mi barrio. Entre cintas de colores menta y mandarina; botones que parecían de caramelo de anís y alfileres brillantes como huesos de hadas, circulaba una niña, de unos siete años, con su atolondrada madre ajena a todo lo que no fuera encontrar un hilo del mismo tono que la cinta del sujetador que se le había ¿desprendido? Uhm Bueno, el caso es que la niña se cayó con toda seriedad, sólo por contrastar con la alegría navideña de la madre, y se descalabró, lo justo como para llamar nuestra atención, e iniciar un berrinche en firme.Era incuestionable que había una brecha en aquel adoquín adorable cubierto de rizos dorados, y que la pobre aventurera estaba asustada.

De pronto, la dueña del negocio la encaramó al mostrador y le dijo con una alegría impropia del momento: «Mira, vas a ser valiente, como Hermione, si no, no te daré tu varita». ¡Mano de santo! Lola, que así se llamaba la preciosidad de ojos enrojecidos, quedó petrificada y dejó de llorar al mismo tiempo que buscó con la mirada el objeto prometido. 

Exhibiendo la misma serenidad de una yogui experimentada, aquella mujer compuso en un santiamén una varita mágica con una aguja de tejer punto gordo, a la que añadió, en su extremo afilado, la nariz de plástico rojo que no dudó en quitarle a un mortecino muñeco de nieve de polispán que entristecía, por otra parte, la fabulosa tienda. Cuando la niña radiante y la madre agradecida salieron, no pude por menos de preguntarle a aquella heroica señora quién era Hermione.

Quedó pasmada de que no supiese nada de Harry Potter, ni de la marisabidilla aprendiz de bruja, universalmente envidiada por los niños hacia el año 2001, fecha en la que se estrenó Harry Potter y la piedra filosofal. Aquella hechicera de melena desgreñada, nariz respingona y vocabulario irritantemente preciso, la más experta en trucos de su clase en el Colegio de Magia Hogwarts, era la actriz Emma Watson, que empezó sus castings para el personaje con apenas nueve años. Vestida de colegiala con toga y corbata era irresistible, y lo era aún más porque se percibía en ella algo oscuro y distinto.Era mágica, porque era creíble, y los niños de todo el mundo así lo comprendieron. Todo esto lo he sabido después, cuando me tropecé con ella, ya millonaria -unos 10 millones de libras tiene ganados con los cinco episodios que creo lleva a sus tiernas espaldas-, y, por supuesto, en la primera fila de un desfile de moda en París.

Ha cambiado su escoba Nimbus 2000 y su varita de pluma de cola de fénix; su desaliño y su gracia para fascinar a los más difíciles clientes, los niños, por unas botas de media caña de cuero y algo de mucha marca. Pronto anunciará algún perfume.No sé si embotellada ya por la fama, tendrá aún fuerzas para defenderse de los poderes oscuros o para cortar de raíz la más desesperada llantina.

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