La naturaleza y los homosexuales

Es inmoral, obsceno y absolutamente intolerable que en el interior de la Iglesia más importante de la cristiandad haya estas figuras desnudas, con los genitales en evidencia», profirió a gritos el cardenal Oliviero Carafa, quien con el tiempo se convertiría en el Papa Pablo IV, cuando contempló los carnales y voluptuosos frescos del Juicio Final que entre 1536 y 1541 Miguel Angel realizó en la Capilla Sixtina. «¡Qué escándalo! 

Estas pinturas son adecuadas para unos baños públicos o una taberna, pero no para una capilla», aseguran que clamó, rojo de ira, Biagio da Cesena, el maestro de ceremonias de León X y de los cuatro sucesivos Papas.

Pero todas esas objeciones podrían tener un fundamento real. Elena Lazzarini, una investigadora italiana experta en pintura renacentista y profesora de la Universidad de Pisa, sostiene que Miguel Ángel podría haberse inspirado para la realización del Juicio Final en los cuerpos musculosos de los chaperos, peones y descargadores que solían pulular por los baños públicos, unos antros que el artista frecuentaba a fin de poder estudiar de cerca el físico masculino. Y donde habría presenciado escenas de prostitución homosexual que también plasmaría en los 45 metros cuadrados que ocupa ese colosal fresco de la Capilla Sixtina, donde se reúnen los cardenales a la muerte de un Papa para elegir al nuevo Pontífice.

«Estoy convencida de que las figuras descendiendo al infierno y subiendo al cielo que se observan en el Juicio Final están inspiradas en los cuerpos viriles y musculosos de obreros y descargadores que Miguel Ángel veía en los baños públicos», asegura a Crónica Elena Lazzarini, quien acaba de publicar en Italia Desnudo, arte y decoro. «Son cuerpos enérgicos, corpulentos, de alguien que se gana la vida con el sudor de su frente. 

Y no sólo eso: también reflejan el esfuerzo físico, desde músculos tensos hasta rostros que denotan dolor y cansancio».

Lo cierto es que en el siglo XV, y al igual que ya ocurriera en Francia y en Alemania, en ciudades como Roma o Florencia comenzaron a proliferar los baños públicos. Lo mismo se podía disfrutar de una sauna o un baño de vapor, que purgarse la sangre con sanguijuelas o someterse a una pequeña intervención quirúrgica, como por ejemplo la extirpación de una verruga. Algunos tenían una clientela más selecta, pero la mayoría estaban dirigidos a la clase popular. Pero, sobre todo, eran lugares de gran promiscuidad en los que se podía contratar tanto a prostitutas como a profesionales del sexo masculinos.

«Las peleas no eran infrecuentes. Y, de hecho, en el Juicio Final se ve la figura de un hombre que es arrastrado al infierno por otro que le agarra de los testículos, y que probablemente se inspira en alguna reyerta que Miguel Ángel presenció en esas saunas», sostiene la profesora Lazzarini. «Y entre las figuras que el artista pintó subiendo al cielo hay unos besos y abrazos de naturaleza claramente homosexual, y que también se basarían en episodios de prostitución masculina que el genio presenció en esos baños».

Varias fuentes literarias e históricas revelan cómo Miguel Ángel y otros artistas de la época acudían a los baños públicos buscando modelos masculinos para luego sublimizar en sus obras de arte. El propio Giorgio Vasari, pintor e historiador del arte contemporáneo de Miguel Ángel, da cuenta de ellos en varias de las numerosas biografías de artistas que dejó escritas. «A partir de finales del siglo XV, cuando comenzaron los estudios del cuerpo en movimiento, a muchos artistas ya no les bastaba con llevar modelos a su atelier para observarlos y retratarlos. Así que empezaron a salir de sus talleres, sobre todo en Florencia. Leonardo o el propio Miguel Ángel lo hacían», destaca Lazzarini.

Pero quizás Miguel Ángel Buonarroti -quien jamás se casó y que cuando era cincuentón mantuvo una estrecha relación con un hombre la mitad de joven que él, a quien escribió 300 poemas de amor- era el que más obsesionado estaba con el estudio del físico masculino. Hasta el punto de que habría acudido incluso a los dispensarios médicos y a las morgues. «La teoría de la profesora Lazzarini es perfectamente plausible. Él estudiaba el cuerpo en todos aquellos lugares que podía, incluidos los hospitales», opina Antonio Paolucci, el director de los Museos Vaticanos.

Pero, además, Lazzarini interpreta el gran escándalo y las desaforadas acusaciones de obscenidad que en su momento desató el Juicio Final como un refuerzo de su teoría. «Hasta ahora, las palabras del maestro de ceremonias del Papa asegurando que el fresco de Miguel Ángel era más apropiado para unos baños públicos que para una capilla se habían interpretado en sentido metafórico. Pero podría tratarse de una descripción literal», sugiere.

Fueron tantas y tan apasionadas las críticas -hubo hasta quien abogó por destruirlo-, que en enero de 1564, un mes antes de la muerte de Miguel Ángel, el Concilio de Trento decretó que todas las partes pudendas que se veían en el fresco fueran pudorosamente cubiertas. La misión recayó en Daniele da Volterra, un alumno de Miguel Ángel que a partir de ese encargo recibió el ominoso apodo de El Bragetón. Fue bastante discreto, limitándose a recubrir con vaporosos drapeados la desnudez de algunas figuras. 

Con excepción de San Blas y Santa Catalina de Alejandría, objeto de algunas de las críticas más feroces porque mostraba a los dos santos en lo que parecía el acto de copular, y que Da Volterra rehizo completamente. Pero ni siquiera eso evitó que muchos siguieran escandalizados ante el Juicio Final y, de hecho, en los siglos sucesivos siguieron añadiéndose nuevas bragas a muchas de las figuras del artista.

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