Cuanto más lejos viajemos, mayor será nuestro prestigio social

Son muchas las familias españolas que estos días de puente se han visto obligadas a cambiar el itinerario de sus viajes. La crisis les ha empujado a buscar otras alternativas de ocio más económicas. Miles de madrileños han decidido volver al campo, ver a la familia o compartir estos días de fiesta con los amigos del pueblo. Así han empezado a desempolvar viejas costumbres y tradiciones que durante años de bonanza económica han permanecido apartadas en el olvido. Las agencias de viajes han modificado en estos últimos años los hábitos de ocio de los ciudadanos, cambiando los tradicionales encuentros con nuestros lugares de origen por ofertas más llamativas a países lejanos y exóticos. 

En este intercambio hemos cambiado Cadalso de los Vidrios por Bangkok, Navacerrada por las islas Seychelles, un cocido madrileño por una hamburguesa repleta de ketchup, una comida familiar por un plato frío en cualquier masificado restaurante de New York, el saludable paseo por el campo buscando níscalos con nuestros hijos por el ensordecedor bullicio de las noches marbellíes. Tenemos tantas ofertas de ocio programado que es difícil escapar a un mundo diferente. 

Elegimos viajes organizados donde nos lo den todo hecho: que nos trasladen y nos recojan, que nos programen cada minuto del día y si puede ser, hasta las compras en tiendas concertadas, para que no pensemos demasiado a la hora de elegir cómo disfrutaremós nuestro tiempo libre. Es la civilización del consumo. En nuestro sistema económico, la diversión se ha convertido en una industria más, donde el placer se compra y se vende, donde la competitividad ha entrado no simplemente en el mercado, sino que también forma parte de nuestros valores. No es lo mismo enseñar un vídeo de un viaje a Canarias que unos souvenirs adquiridos en el gran bazar de Nueva Delhi en la India. Cuanto más alto volemos mayor será nuestro prestigio social y nuestra satisfacción personal. 

Apretarse el cinturón en tiempos de crisis, significa reducir los gastos del supermercado, la luz, el teléfono, la ropa; todo lo que satisface las necesidades básicas del hombre. Volver al mundo rural durante unos días supone romper con la rutina diaria y las presiones de nuestro trabajo, al tiempo que nos permite recuperar lazos afectivos, tradiciones culinarias, faenas agrícolas, despertar en medio de la noche en un silencio sólo roto por el repicar de las campanas de alguna vieja iglesia, reencontrarnos con algún viejo amigo aferrado a fuertes raíces culturales, o simplemente estar con la familia. Y todo ello en contrapartida al ocio programado de nuestro tiempo libre. En estos momentos de crisis, este largo puente nos ha permitido recuperar lo ecológico y lo natural; tal vez sea lo único que no supone un descenso en nuestro actual nivel de vida.

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