Manuel Benítez el cordobés, un culón pasado de rosca

Ya está, ya estamos, el revival bajofranquista del V Centenario, el happening oficial y retórico de los sesenta lo ha completado el genial Canorea contratando al Cordobés por 250 millones para que reaparezca en la Expo con una única corrida televisada a todo el mundo. 

En la Maestranza de Sevilla, o sea. La Administración socialista está consiguiendo una recreación admirable del franquismo acontecional de los prodigiosos y engañosos sesenta, sólo que todo de trampa y cartón, en plan Potemkín, menos Manuel Benítez, el Cordobés, este viejo cinqueño con el que tomábamos vino y le escuchábamos a la guitarra en aquel su piso de Doctor Esquerdo, una gozada, cuando todos éramos de derechas y Sánchez Bella soñaba un Imperio retórico en América, aunque a sus poetas, paneros, rosales, foxás y cosas, los recibían nuestros hermanos toltecas, cuarterones, inditos y rotos con gran batalla de huevos antifascistas. 

Fue cuando el genial Foxá, en La Habana de Batista, quitándose del smoking un huevo estrellado y maloliente, le dijo al público: - En Colombia, por lo menos, los tiraban frescos. Desde el Padre Las Casas a Américo Castro se han escrito muchos y gordos libros sobre el pollo que montamos en América, en 1492, violando llamas y amaestrando indias, follando dioses e injuriando al gran Atahualpa, «vestido de relámpago», como se le apareció una vez a Neruda (otro testimonio magno, su «Canto general», contra lo que fue aquello). 

Pero hemos necesitado hacer una Santa Transición, una ruptura, una reforma, una democracia, un Suárez y un socialismo, hemos necesitado ganar una guerra contra el franquismo residual para, al fin (largo rodeo), conseguir el más perfecto y acabado pastiche de Franco, o sea los sueños de Sánchez Bella, su Atlántida americana de juegos florales que tapaban con el perfume intenso de tanta interflora imperial el olor a podrido de un continente de dictadores, cesaristas y tiranos de la más limpia y sangrienta tradición española. La Historia es circular, la pescadilla de Heráclito se muerde la cola y don Felipe González está utilizando el Acontecimiento para conferirle a España y a su persona (escandalosa marginación de Rey Juan Carlos) un protagonismo internacional, planetario, achampanado y ficticio, ya que ni en Madrid se va a resolver nada ni en la América de las revoluciones, las guerrillas, las multinacionales, la cocacola, el espanglish y García Márquez tenemos nada que hacer ni que pintar. Felipe ha dicho una falsía de las suyas en la Conferencia de Madrid: «España, casa de las tres culturas, judía, árabe y cristiana, que aquí convivieron». 

Pero no convivieron nada, sino que estuvieron ocho siglos tirándose las vajillas a la cabeza, en esta casa, hasta que reinona Ysabel los expulsó, a Boabdil por maricón carmesí y a los judíos por saber de cuentas, que entonces era cosa plebeya. Pero la gran mentira del Acontecimiento, sólo secundada por algunos americanos comprados con el «Cervantes», como Octavio Paz y Carlos Fuentes, se hace realidad, se corporaliza en el Cordobés, cuyo toreo era chapucero y autárquico como la política del propio General. Sólo Manuel Benítez, el Cordobés, un Cordobés culón y pasado, con el flequillo de diseño, le va a poner carne cruda, la única, a la fantasmagoría del V Centenario, y todos volveremos a ser jóvenes en los sesenta, unos sesenta de plastilina ideológica, bajo la inspiración en couché de Sánchez Bella y los murales colombinos de Vázquez Díaz, aquel cubista de papiermaché. Ni Samaranch ni Yáñez ni nadie habían caído, hombre, en el detalle de sacar a hombros y en procesión al Cordobés, cuando él va a ser el único cuerpo glorioso, vivo y decadente que pondrá temperatura humana en el gran hit de las momias.

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