Sonrío, ha llegado la Navidad

Teólogo sin Dios, exiliado en su propio país, antimetafisico por su laberinto filosófico, Friedrich Dürrenmatt ha abandonado este valle de risas y de lágrimas, este valle de confusión, dejando tras de sí una treintena de volúmenes, dramas y novelas, como una poderosa ola en el mar de la conciencia. Una ola inconfundible para el ejercicio del surfing por millares de lectores y espectadores en todo el mundo. El gustaba de citar la frase de Schopenhauer que dice que la conciencia del hombre en el mundo es como un mar, en el que la conciencia individual forma cada una de sus olas. La reciente desaparición de Dürrenmatt ha coincidido con la aparición en España de su última obra, Durcheinandental (El valle de la confusión), concluida el 19 de abril de 1989 y publicada en Zurich ese mismo año. 

La muerte del autor nimba de un cierto fulgor espectral esta su última obra, cuyas postreras palabras («Sonrió. Es Navidad, susurró. La criatura dio un saltito de alegría en su vientre»), alzan él triunfo de la vida sobre el caos y la muerte. Fiel a sí mismo hasta el final, Dürrenmatt lleva aquí aún más tejos sus hales recursos expresivos: la sátira, el sarcasmo, la ironía feroz y el encadenamiento de paradojas y de parábolas, en un continuo vaivén entre lo trágico y lo grotesco. Tales elementos se organizan, en esta novela, en un permanente juego de contraposiciones simétricas que se enfrentan; se reflejan y se anulan a la vez, en un tejido de incertidumbre, como ocurre con los cuadros falsos de Von Kucksen, que resultan auténticos, mientras otros, auténticos, resultan ser falsos. Así, la doble figura de Dios, personificada en el Gran Viejo con barba y en el Gran Viejosin barba, posiblemente jefes de bandas de gangsters, se confunden en sus imágenes especulares, según un laberinto de espejos tipicamente borgianos, antes de disolverse para Moses Melker, el teólogo parricida, en la revelación de que ambos son una pura creación suya, y de confundirse en la carcajada con la que barre toda teología antes de diñarla en la hoguera.


Melker, creador de la Teología de la riqueza y de la Casa de la pobreza, en la que un grupo de multimillonarios pasa el verano viviendo como pobres de solemnidad, convence a sus huéspedes de que sólo mediante esa experiencia lograrán colar su pasaporte al cielo por la aduana del ojo de la aguja. Esa misma casa sirve de refugio, en invierno, a los más peligrosos gangsters del mundo, que se definen como hombres de negocios con métodos particulares. Una sociedad fantasmagórica mueve los hilos invisibles de ambas instituciones, a través de dignos ciudadanos suizos que actúan como vicarios, a veces sin saberlo. «Nuestro país es el más opaco de la Tierra. Nadie sabe qué es de quién, ni quién juega con quién, ni quién tiene las cartas en juego, ni quién las ha barajado. Actuamos como si fuéramos un país libre, y ni siquiera sabemos si aún nos pertenecemos». 

Con esta misma urdimbre de incertidumbre teje el autor la acción de esta originalísima novela, que se mueve en el doble plano de la narración realista, con el surrealismo al fondo, y de las representaciones mentales y simbólicas. A este tejido de incertidumbre no escapan ni los propios personajes, cuyas aleatorias identidades son parte, o reflejo especular, del gratuito proceso de creación y destrucción incesantes del mundo que nos ofrece la gran traca o visión cosmológica de Melker, al final de la obra. El autor subraya a veces el carácter aleatorio de los hechos y personajes que presenta, mediante expresiones dubitativas acerca de la veracidad de los mismos. Suiza, en cambio, es real. Pocos son los grandes escritores suizos, ya sean de expresión alemana o francesa, que se lean abstenido de expresar en sus obras el malestar del confort suizo y de satirizar sus principales instituciones. El ejército helvético, que ha tenido que defenderse heroicamente de los ataques de grandes escritores suizos como Max Frisch (Libro de servicio) y Nicolas Meienberg (El delirio general), se lleva también aquí un fuerte zarpazo satírico, cuando Dürrenmatt, lo hace intervenir, con sus tanques, para matar a un perro. Un perro testigo y culpable a la vez. Testigo de una violación -la forma natural del coito en el valle, dice el autor- y culpable de haber mordido un culo. Aunque, en realidad, hay dos culos mordidos y dos perros mordedores, pues ya se ha dicho que la simetría impone su ley, como en el caso de la «donación» por vía quirúrgica de tres gangsters convertidos en una sola y misma persona, en una santísima trinidad. 

El ejército, que para poder llevar a cabo su misión ha debido convertir al perro en un espía soviético, cree, erróneamente, haber alcanzado su objetivo. «Estupendo -dice el coronel- para eso tenemos un ejército, y así y todo todavía hay gaznápiros que exigen su abolición». La teología es cosa de ricos. Los pobres del valle de la confusión, aún más empobrecidos por los millonarios en cura de pobreza, limitan sus pinitos teológicos a lamentar que Dios no sea tan buena persona como para 'gratificar a su valle con uno de esos buenos aludes que movilizan la compasión y solidaridad del pueblo suizo. La sátira del conformismo, del aburguesamiento y de la tranquilidad del pueblo suizo es llevada por Dürrenmatt al paroxismo, más allá de la utopía, cuando uno de los gangsters, hijo de pastor, se sube al púlpito de la Iglesia para predicar la rebelión y la purificación del caos por el fuego. Y todo perece en el fuego, menos el perro, la muchacha y el saltito de alegría.

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