Ian Somerhalder y Nikki Reed

Dos pálidas adolescentes, con gruesas líneas de pintura alrededor de los ojos y los labios, sentadas en una cama, ríen sin cesar. Se están golpeando la una a la otra. Primero bofetadas, después puñetazos, al final un golpe tan fuerte que tumba a la más blanca, casi transparente y delgaducha, que cae al suelo inconsciente. No sienten nada bajo los efectos del hielo, una droga derivada de las anfetaminas. Las dos tienen 13 años.

La primera escena de Thirteen -una de esas películas con momentos en los que buena parte de la audiencia se tapa los ojos o mira al suelo- no es sólo escalofriante, sino también realidad. Nikki Reed, una adolescente de Los Angeles Oeste, de entonces 13 años, es la coautora de este guión sobre su propia vida.

De hecho, escribir el guión surgió como parte de la terapia improvisada por la novia de su padre, la directora debutante Catherine Hardwicke, que quería sacar a Nikki de la espiral de excesos en la que había caído aquella chica sensible y buena estudiante. La idea funcionó tan bien que no sólo Nikki, que ahora tiene 15 años, se desenganchó de la vida autodestructiva, sino que el guión acabó en un filme independiente, presentado en Sundance, y comprado por la Fox, que lo distribuye por todo el país con gran éxito de crítica.


El retrato de sexo, drogas, autolesión, robos y muchos piercing es simplemente una parte, según Nikki, de la vida diaria de adolescentes como ella en un colegio de clase media en un barrio cualquiera de Los Angeles. Su historia es la de una estudiante responsable fascinada de pronto por la chica guapa del colegio, posesiva, atractiva, muy popular y sin límites. Nikki no cayó en las drogas, dice ella, como el personaje que la representa en la película, Tracy (interpretado por Evan Rachel Wood), pero sí en todo lo demás.

A los 13, Nikki solía levantarse a las 4.30 de la mañana para que su amiga pasara por casa y tuvieran una sesión conjunta de maquillaje y peluquería durante tres horas antes de ir al colegio.En cuanto volvían, preparaban la ropa para el día después, con suficientes aberturas como para enseñar los piercing del ombligo o el tanga. «Tenía un calendario con la lista de mi armario, con cómo llevar el pelo en cada ocasión para no repetirlo nunca más», explicaba hace pocas semanas Nikki en la presentación de la película.

La mayor parte de esa ropa, la robaba o la compraba con dinero robado en Melrose Place, la calle de las tiendas caras, y por lo tanto inalcanzables para su madre, una peluquera divorciada con suficiente dinero como para vivir en una casa espaciosa, pero no tanto como para cubrir todos los gastos de la consumista América, comprar vaqueros de 50 dólares, pagar por la televisión por cable y llegar a todas las cuentas.

Su madre, Cheryl (Melanie, interpretada en la película por Holly Hunter) jugaba a ser adolescente y colega de sus hijos, mientras flirteaba con su novio, adicto a las drogas, al que su hija odiaba.De ese odio, de la presión del grupo, de la falta de recursos, de la ausencia de un padre, demasiado ocupado, nació el casi enamoramiento de la chica por una amiga rebelde y exitosa frente a sus ojos (que interpreta, por cierto, Nikki en la película).«Empecé a pasar del colegio, a fumar hierba, a hacer locuras con chicos», explica hoy Nikki, convencida de que todo lo que quiere hacer es estudiar en el instituto y mejorar la relación con su madre, a la que, dice, «trataba mucho peor de lo que sale en la película».

Lo que empezó como un juego, ya incitado por el ambiente (su madre la acompañó a hacerse un piercing en la lengua cuando tenía sólo 11 años) acabó en un infierno, del que al final Nikki salió cuando se quedó sola, a punto de repetir curso y en medio de una familia que ella estaba ayudando a llevar a la destrucción.

La adolescente precoz -«crecí demasiado deprisa»- sufrió en una familia rota que se acerca más al estándar estadounidense que al ideal del presidente Bush. Aparte del índice de divorcios -como acaba uno de cada dos matrimonios-, las horas ilimitadas de trabajo reducen la atención dedicada a los hijos, entre otras cosas porque en el 70% de los hogares la madre soltera o los dos padres trabajan fuera de casa.

En el caso de Nikki, la presión de grupo y el consumismo feroz, amplificado por las revistas para adolescentes, la perdieron, pese a vivir en un barrio residencial.

En el país más rico del mundo, casi siete millones de familias viven por debajo del umbral de la pobreza según el censo de 2002.Los que resisten tienen que trabajar sin tregua para cubrir los costosos gastos de salud para sus familias y tienen que hacer sacrificios como el de reducir las vacaciones. Más de un tercio de los padres que trabajan no tienen siquiera derecho a éstas ni a ausentarse por enfermedad.

La situación económica de Nikki ha mejorado, pero no ha dado un gran giro en realidad. «Casi no nos pagaron nada», contó en la rueda de prensa en Los Angeles para presentar el filme. «Nuestro estatus de ingresos no ha cambiado». Pero sí sus ideales. Cuando ahora se le pregunta por la fama o la carrera, su única respuesta es: «Tengo 15 años, tengo que ir al instituto».

«Crecí demasiado deprisa. Trataba a mi madre mucho peor de lo que sale en película»

Fecha de nacimiento: Los Angeles Oeste, 1988, hija de una peluquera y de un postproductor. Divorciados. Enero, 2002: La novia de su padre, una diseñadora cinematográfica, le propuso escribir un guión. Tenía sólo 13 años, pero la idea de Catherine Hardwicke salió bien y en pocas semanas la convirtió en guionista y actriz.Agosto, 2003: Después de 24 días de rodaje con un presupuesto muy reducido, Thirteen se convierte en la película estrella del festival de cine independiente de Sundance. Ganó el premio al mejor director y la compró el gran estudio Fox para distribuirla.«La mayoría de las películas sobre adolescentes son fantasía», señaló Nikki en la presentación de la película el pasado mes.

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