Universidades privadas

Las universidades que ustedes dirigen no costean su actividad con las aportaciones de los contribuyentes; no están amarradas al mástil de la burocracia ni siguen los cansinos vericuetos de la administración pública. Son libres, en fin, para elegir el tipo de universidad que quieren ser. 

En España, salvo honrosas y especializadas excepciones, los campus privados no han elegido ser centros de prestigio, sino al contrario. Incluso los expedientes más aventajados de entre ustedes siguen varios peldaños por debajo de la excelencia e incluso de la media nacional. Así lo demuestran los mismos ránkings que se esgrimen, y con razón, como arma arrojadiza contra la Universidad pública. 

¿Qué tertuliano, analista o todólogo de guardia no ha denunciado a estas alturas que sólo hay dos universidades españolas entre las 200 mejores del mundo? En cambio, pocos reparan en que ninguna privada se hace hueco en el Top 500. 

Y no es que el modelo privado sea peor que el público, o viceversa. Ambos están representados en los dos primeros puestos del escalafón de Shanghai. 
Las carencias de los campus que ustedes han promovido en España tienen que ver con tres razones principales: 

1. Que a sus alumnos no se les realiza ninguna criba de nivel antes de concederles una plaza. Todo el que paga, entra. No es que superar la Selectividad garantice excelencia, salvo carreras muy demandadas, pero algo es algo. 

2. Que los profesores brillantes aún encuentran más incentivos (e incluso sueldos más altos la mayoría de las veces) en la carrera funcionarial y las grandes y bien dotadas instalaciones públicas. Si el nivel de docentes y alumnos es bajo, no es posible bracear hasta las orillas de la mediocridad. 

3. Al margen de los campus con mucha solera y tradición, son pocas las que realizan investigación de primer nivel. Y, claro, sin ese ingrediente multiplicador de la actividad académica, las universidades no son más que aularios. 

Tienen derecho, estimados rectores, a decidir lo que quieren ser; de su pan comen. Pero la educación y la economía de este país necesitan que sus universidades, todas, sean más competitivas.

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