El Juli y José Tomás

Se cumplían ayer dos años exactos de la terrorífica cornada de José Tomás en Aguascalientes. Aquella madrugada insomne y sangrienta; las horas de miedo e incertidumbre. El latido lejano del corazón que remontó la parada y el destino; los meses posteriores de fe y constancia incombustible. Hasta que el 23 de julio de 2011 se produjo el milagro de su regreso a los ruedos.

Una convulsión nacional. Valencia en la boca internacional de todos los medios de comunicación del mundo; el toreo en sí proyectado más allá de las fronteras. No hubo el 24 de julio un solo periódico de la piel de toro, regionales y digitales incluidos, que no reflejase en su portada la hazaña de su vuelta. La ciudad del Turia se colapsó en el puente de Santiago. Y aquello supuso el premio Paquiro de El Cultural. 

Ayer al encontrarme a Alberto Elvira en los aledaños de la Maestranza todo se agolpó en mi mente, las imágenes de sus manos taponando en collera, con el banderillero mexicano que introdujo su puño, el muslo que se desangraba. De los mentideros taurinos del Mercado del Arenal, llegaba el ruido de que José Tomás vuelve de nuevo. Que ya se ha fijado una fecha y un puñado de ellas. Pero, sobre todo, el rumor de la cascada del agua, que cuando suena algo lleva, adquiere una dimensión especial porque al pie de JT se junta el nombre de El Juli.

O sea, que José Tomás volvería con Julián López a los ruedos como cierre de cartel y el que haya por delante. JT y Juli. ¿Quién da más? José Tomás y López se respetan, aunque Julián tiene más en la cabeza a José Tomás como aspiración estratégica que viceversa; el torero antisistema con el torero que ha exprimido el sistema. Alguien comentó que, a lo largo del invierno, el fenómeno de Galapagar había asistido a una de la reuniones embrionarias del G-10, y que se planteó sobre la mesa el asunto de las plazas de tercera y gaches para no pisar por las figuras, donde las cuestión de la imagen quemada se considera menos que en las repeticiones de Digital Plus. En Don Benito o Alcalá de Henares por ejemplo. Una de las figuras lo justificó: «Hombre, es que a mí me dan 72.000 euros...» «Y a mí 120.000 y no voy». Las cifras son aproximadas, pero no exactas ni ciertas. La leyenda sí. 

Todo esto lo rumiaba el periodista mientras se consumían sin carbón los toros de Jandilla y Vegahermosa. Una pena porque, pese al sobrepeso de algunos toros, se veía de presencia una corrida cuajada y pareja por delante, con algunas hechuras de las que dicen que si fallan... El de más calidad fue a parar a las manos de Alejandro Talavante, que a pies juntos le dibujó entre verónicas y delantales un saludo en el intercaló chicuelinas y una revolera de vuelo como remate. En el peto ni las cuerdas.

El colorado, estrecho de sienes y cornidelantero jandilla apenas sangró. A mí el doctor Fernández-Rañada me saca al menos tres tubos para la acojonante PCR anual. Ni eso. La expresión de Talavante por la mano derecha se sostuvo en tres series que calentaron al frío ambiente de la Maestranza. Por abajo. Alejandro de Talavante tiene expresión el tío. Pero quizá debió coger una tanda antes la izquierda. Espléndida la ronda de naturales cuando lo hizo. Y chispeantes los broches. El depósito del toro se apagaba. El desparpajo del extremeño lo avivó. La estocada, aun perdiendo el engaño, fue por todo lo alto, y la oreja justa. No hubo ocasión de repetir con el bastorro sexto. 

Fue una pena que el bello cuarto de generoso cuello no contase con el gas necesario. Estaba hecho para embestir y no embistió apenas para que El Alcalareño se luciera con los palos. El Cid había entendido perfecto a su media altura al jandilla que abrió plaza y que dos series duró. Algo más el noblón segundo, admistrado por Castella, que se despidió de abril plano y en blanco. Porque el pegajoso quinto fue el peor andado. Seis toros y ni una vuelta al ruedo. Por hache o por be. Pero una estadística muy cabrona. 

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